Everybody flies, everybody flows.


       

                     
¿El viento contra las alas o las alas contra el viento? De todos modos, se acaba luchando. Así, su batir se confunde con los pasos de quien huye del ondear de una bandera, que tal vez perdió su esencia al escuchar sollozos mudos. Mientras el hielo de una mirada atraviesa salvaje el invierno de otra y los pedazos caen fundiéndose con la sangre de sus venas, la gente camina rozándose como unos versos de amor, como las notas en una escala.
Y unos labios inseguros que sonríen mientras se crea un universo, que acaricia a la mujer que llora, creando sinfonías que algunos creen escuchar.
Por eso la lucha entre las alas y el viento es necesaria. Porque el universo desaparece en cada pestañeo, conectándose todo de nuevo gracias a las batallas que nos hacen encontrarnos.
Así, todos funcionamos como un único latido. Que repercute en la inquietud de los corazones, en la respiración lenta de los ojos cerrados, en el vacío de las hojas en blanco. Que sentimos a veces en la tripa y en las muñecas.
Pase lo que pase, ese latido, silencioso, repercute. Por eso es necesario el arte. Para oír el pulso del mundo.