Y a pesar de eso, la dificultad de todo soy yo. Me grito
desde dentro, y me miro al espejo para verlo claro: soy el obstáculo que se
interpone entre mis sueños y yo. No, sin duda no soy quien quiero ser.
Pero sigo en pie. Seguir, seguir, seguir. Siempre seguir. Siempre
levantarse de nuevo.
A mi enfermizo parecer los típicos discursos motivacionales
están vacíos y no son realistas. Yo escribo esto desde el corazón y pondría la
mano en el fuego por cualquiera de mis afirmaciones.
No voy a mentir.
Creo que hay salida. Para mí y para todos los que están
encerrados.
Creo que lo de la luz al final del túnel es mentira. Yo no
la veo, nadie la ve. Creo que hay que caminar a oscuras y la gente se empeña en
negarlo.
Tampoco creo que nadie pueda ayudar a nadie. Nadie está ahí
para decirme que lo estoy haciendo bien, que saldré, que aún tengo brillo en
los ojos. Soy yo quien tiene que convencerse de todo y seguir. Y decir que cada
paso vale la pena. Y creerlo.
Una vida, una oportunidad. Nada es fácil y nada va a serlo.
Nada suena bien y todo suena demasiado.
A veces hay que volverse loco y enseñar los dientes para
poder continuar.
Voy a tomar decisiones y me voy a equivocar. Voy a
retroceder y voy a perderme. Voy a sufrir. Cuando algo vaya bien, el mundo me
dirá que es mentira. Y voy a estar sola cuando todo eso pase.
Pero no hay nada más fuerte que la voluntad de una persona. Y
desde que supe eso, solo pienso en continuar.