El vuelo del halcón

Esta leyenda es una mera reseña al arte de vestir personajes con los propios miedos y pesadillas que un autor no se atreve a confesar. Una reseña que posiblemente no logre alzar el vuelo, como tantos otros sueños olvidados. Porque todos, alguna vez, nos ponemos un poco románticos...


Caminaba imperturbable y con paso firme hacia su inminente destino; un destino tan desolador como inevitable. Íñigo se recordaba excéntrico desde que tenía uso de razón; esto jamás le había causado un ápice de preocupación, mas ahora, que se acercaba el final de su existencia, se preguntaba si no habría sido esta excentricidad la causante de su lúgubre y lamentable personalidad. Desde niño se interesó por la literatura y las artes musicales, lo cual solo podía clasificar de inconveniente, ahora que el paso de los años le permitía vislumbrar las cosas con mayor claridad y coherencia. Mientras sus compañeros soñaban convertirse en fieros guerreros y ricos mercaderes, él se imaginaba recorriendo paisajes desconocidos, conociendo otras gentes, surcando nuevos mares. Lo cual le había obligado a vivir en otro mundo paralelo al real, sin nadie salvo la luna a quien confesarle sus miedos más arcanos. Todos estos pensamientos vagaban perezosos por su mente, que se hallaba ya en pésimas condiciones, exhausta y angustiada. Se le venía al corazón que de nada servía pensar, pues había tomado ya la decisión, y tenía por costumbre serle fiel a su espíritu.

No podría haber mejor representación de su estado actual que el paisaje que lo rodeaba. Se hallaba en un paraje apenas transitado; de nada habían servido los esfuerzos de los agricultores décadas atrás, pues nada producían aquellas tierras estériles, sin contar su difícil acceso y la incomodidad que suponía la altura de los montes. En definitiva, estaba dichosamente alejado de la mano del hombre.

Llovía y hacía frío, mas Íñigo caminaba descalzo sin percatarse si quiera de la sangre que emanaba de sus pies, así como tampoco sentía las gotas resbalando por su rostro, pegando las ropas a su cuerpo. Las ramas desnudas se cernían amenazantes sobre su cabeza, como si le gritaran que no era bienvenido en aquel lugar. Íñigo apretó los puños y continuó andando, hasta llegar al claro que precedía al rocoso precipicio. Todo parecía henchido de electricidad a su alrededor, como si se encontrase rodeado de la magia que había anhelado durante toda su vida. Varias piedras se desprendieron cuando adelantó un pie, asomándose al abismo. Retando a Dios, por las veces que este le había fallado.

Cristina despertó sobresaltada en su lecho, con la respiración entrecortada y un sudor frío recorriéndole la espalda. Entonces, en el segundo en el que una lágrima resbalaba caprichosa por su blanca mejilla, Íñigo sintió sus brazos convertirse en alas. Y saltó, rompiendo los grilletes que lo habían aprisionado desde siempre. Se sintió poderoso como el halcón, y al instante antes de chocar contra el suelo, dejó escapar una sonrisa despreocupada al imaginar la sonrisa de su amada, con esos dientes que limitaban el brillo del sol, y que él tanto quería.

Cristina, con el corazón desbocado, cogió el sobre que Íñigo había dejado junto a su cama. Le temblaba el pulso, y a duras penas enfocó lo que había escrito en el papel.

“Cuando leas esto estaré lejos de este cruel mundo. Sin embargo no sentiré tanto vértigo al llegar al borde del precipicio, como el que siento al mirarte a los ojos. Al pensar en las palabras que escondes tras tus ojos. O en tus ojos, cuando se esconden tras palabras…

Cristina, eres el sueño de cualquier soñador. No dudes jamás que te he amado cada segundo de mi vida. Mas, ¿no sería un error que un simple hombre como yo alcanzara su más salvaje ambición, su mayor deseo? Tal vez, si tú fueras mía, el universo se sumiría en algún tipo de desorden fatal. Por ello no me sobresalté cuando anoche descubrí el collar que escondías entre tus ropas. Siempre supe, de algún modo, que te merecías algo más que yo. Que tarde o temprano, otro pretendiente te encandilaría y yo no volvería a verte jamás.

Así que no te angusties por mí, pues solo estoy asumiendo mi cruel destino, y mi vida perdió cualquier valor al conocerte, pues desde que te vi, soy solo un esqueleto inerte guiado por un corazón ciego, que solo te conoce a ti.

Me despertaba en tu lecho y te miraba dormir. Entonces me sentía henchido de felicidad. Pero después, mis ojos iban a la ventana de tu alcoba, y veía las hojas arrastradas a merced del viento, sin poder hacer nada por evitarlo. Así me sentía yo contigo, Cristina, y debo pagar el precio por osar poseerte.

Eres como el ojo del huracán, y a mí me dan miedo las tormentas.

Vuela libre, Cristina, yo siempre te querré.

Íñigo.”

Con el rostro lívido y turbado, se acercó al roído baúl donde guardaba sus ropas y cogió el collar que su padre le había regalado días atrás.

-Íñigo, ¿cómo has podido pensar que te he sido infiel? Te amo más que a ningún otro hombre. – dijo para sí en un leve suspiro.

En ese instante, le abrumó la realidad de sus palabras. Cuando su corazón se detuvo, el collar resbaló de sus manos, haciendo saltar las brillantes perlas como gotas de lluvia iluminadas por el sol. Y el sonido de estas al romperse se perdió entre las murallas de la ciudad y las conversaciones de la gente, ajenas a cualquier dolor. Condenadas a no conocer nunca el por qué del vuelo del halcón.