Domingo.

Domingo por la mañana. Te despiertas con la boca seca, recuerdas quién eres, qué pasó anoche, y dónde vives. Te preguntas por qué extraña razón siempre acabas levantándote de la cama, y como siempre, sigues sin entenderlo. Te miras al espejo, sin sorprendente ya por tus ojeras o tu mala cara, casi permanentes. Ordenas la habitación solo por la reconfortante sensación de saber hacer algo.

Sales a la calle. Tu mismo barrio, tus mismos colegas, el mismo vecino, el mismo banco, la misma pintada en la misma pared.

Imaginas cuáles fueron las circunstancias que han llevado hasta aquí a la gente que te rodea. Un hecho destacado en la infancia, un cúmulo de casualidades que causaron más o menos sensibilidad en una persona, un trauma, un primer amor o fallar un gol en la final de la liga del colegio. Imaginas que todos tienen un pasado que intentan ahogar en esa litrona, o consumir con ese porro. Imaginas que hay razones para tanta mierda, aunque ni siquiera tú te lo creas.

Demasiado gris. Cada día más ausente y los recuerdos más borrosos. Tu guitarra se desafina y solo escribes para aprovechar tus últimos despojos de poeta antes de apagarte del todo. Caminas con las manos en los bolsillos, pensando qué diría de ti ese niño de diez años que soñaba convertirse en astronauta.

Al fin y al cabo, la vida es solo mierda, y nosotros, solo moscas.