Howling.


Era un día gris. Desde primera hora de la mañana las nubes amenazaban a la claridad, y ahora, al atardecer había estallado la tormenta.
La mujer se hallaba inerte en la parte más profunda del lago. Su vestido blanco destacaba vagamente entre la oscuridad de las frías aguas.
Ocurrió entonces el momento más evocador de mi existencia.
Varias nubes dejaron paso a la luna llena, como movidas por un titán. El reflejo de esta hizo acto de presencia en la superficie del agua, distorsionado por las gotas de lluvia, pero mágico, poderoso y envolvente.
El cuerpo de la mujer comenzó a contorsionarse, sutil pero con fuerza, dejando intuir una bella figura. Y comenzó a ascender con violencia. Alcanzada casi la superficie, abrió los ojos, con la cabeza sumergida aún en el agua durante unos segundos. El brillo de la luna le daba a su color gris un brillo sobrenatural.
Por fin a salvo, jadeante, nadó a duras penas hasta la orilla, mas sin perder en ningún momento  su sensual gracilidad y sus movimientos femeninos. Miró al cielo, después al agua, su mentón siempre orgulloso.
En la fracción de segundo en la que una voz se convierte en aullido, las gotas de lluvia dejaron de mojar una femenina melena para resbalar por un pelaje animal.
Y echó a correr, dejando atrás el lago para refugiarse en las montañas. Los movimientos de sus patas agresivos, sus colmillos feroces; sus ojos delatando un alma abierta en canal, demasiado vulnerable.
“Soy la chica de la luna. Tan solo en la noche puedo admirar la mágica lluvia, pues la luz del día no me permite ver más que agua vertical. Me refugio en la sincera oscuridad, pues el sol no hace más que camuflar la cruda realidad.”