Spring.

Era la hora de irse. Tras las prisas de todos por abandonar el lugar, yo me negaba a irme, y me quedé allí sola. Había estado bebiendo. Aquel día me vine abajo, no pude más. Cogí la botella de nuevo y pensé que era mejor así. Me tumbé en aquel campo y grité al cielo que quería estar sola. Pero, en realidad, me moría porque viniera. Y entonces, apareció. Venía hacia mí. Por un momento dudé que fuera real, sería el alcohol. Pero entonces arrancó una margarita del suelo y me la puso en el pelo mientras me decía: “Yo… no quiero… no puedo dejarte sola”.
Supe que aquella escena se me quedaría grabada de por vida. Le miré. El sol daba un brillo especial a su cabello y a sus ojos. Los míos también brillaban de forma especial, pero no por el sol, si no por él. Sabía que ese momento no duraría de por vida. No supe contestarle, no pude articular ni una palabra. Mi corazón me pedía que me acercara a él. Mis ojos se lo dijeron. Él lo entendió, y sin decir palabra, se tumbó a mi lado. Y ahí le tenía, a dos palmos de mi cuerpo, pero mucho más cerca en realidad. El sol era el único testigo, brillando justo encima de nuestras cabezas.
Encendió el altavoz y, allí, frente a frente, tumbados en la hierba, nuestros corazones se hablaron.  Él no dijo nada, la música de aquel altavoz hablaba por los dos.


- Dreamer. -