Dos.

Ella frunce su rumor en el mar, asustada por los gritos de las olas, que a cada sacudida evocan un recuerdo. Melancolía de un vivir, que mientras palidece su rostro, va bordando a lágrimas, un nuevo abrigo, pesado e incómodo, que aún trae más frío. La luz de plata en sus ojos, ahora  rasgada por cuchillos, ha deshecho el horizonte, que grita, sin sentido.
Reina de los lobos, la luna alumbrando su rostro, rumor de viejas voces, que la hace sangrar. Que lo frunce, en el mar. O sentada en una orilla, sin escudero que espante la bruma que tiene por vida. El viento, furioso, muerde. Bajo el agua siguen las palabras, por encima hielo consciente de lo que falta, olvido, palabras, caricias. Nada. Precioso paisaje de muerte.
Lejos, él. Tras el caos del ruido que le impedía pensar, al que se mostraba agradecido, y tras unos segundos de silencio, comienza a sonar el piano.
Una puñalada, otro montón de tierra a su tumba, un empujón a cada lágrima, un grito de agonía, se confunden con cada nota. De nuevo sumergido en la laguna, y sin ganas de salir: “Ven y cierra la puerta, o ya no querré vivir”. Palabras atrapadas en los dientes, de esas que se quedan para siempre, de las de no decir. No hay muerte ni luz que le consuma, sólo ésta canción, que si te callas adviertes, dentro de ti, aferrada. Sin remedio y para siempre.
Dos almas atormentadas, no más que desconocidas, lejanas. Que han perdido su himno y su bandera, y que se van a consumir. Poco a poco, entre llamas de melancolía, avivadas con alcohol, con palabras en los dientes y con melodías, desaparecerán disimuladamente...
Para no volver.
-Murder-