Había estado un mes pensando, alejada de todo lo que pudiera recordarme a él. Otra gente, otro idioma, otra cultura; todo era nuevo. Pronto, empecé a llenarme con nuevos recuerdos, nuevos amigos, intentando comprimir lo que sentía hacia él en un pequeño hueco. Sentía algo diferente, ¿quizá felicidad? Había pasado mucho tiempo para reconocerla, pero imaginé que sí, sería felicidad. Ya no pensaba en él, no quedaba ni rastro de su imagen.
Después volví a casa. Salí y allí estaba él. Nadie contestó a mi saludo. Sólo él.Y lo hizo con su sonrisa, esa que llega hasta dentro, y habló, bromeó y se río de esa forma que ya no recordaba. Al sentir todo eso, me di cuenta de una cosa. Había estado un mes entero intentando comprimir la felicidad en un pequeño hueco. Ahora podía sentirla en el pecho, muy fuerte, y muy cerca de mí.
