Al margen.

Había una joven sentada en el suelo, junto a un charco.
Jugueteaba con los cordones de sus botas, le temblaba el pulso. Clavaba sus
ojos marrones en algún punto del horizonte, entre el humo y los edificios de la
ciudad, como si hubiera algo que solo ella podía ver. 

La lluvia la había calado hasta los huesos, y corría por su rostro, juguetona. O tal vez fueran lágrimas. Parecía no importarle,  parecía encontrarse demasiado lejos de la realidad.

Era preciosa.

Ian la observaba desde su escondite, con cautela. También él se había perdido, no en la ciudad, sino en sí mismo. Quiso echar a correr, abrazarla, besarla, curar cada una de sus heridas, desde dentro. Quiso quedarse con ella, junto a ese charco, para siempre, contemplando durante horas cada estrella, cada amanecer, sin que nada más tuviera un mínimo de importancia. Solo ella, cada secreto que escondían sus pestañas, sus poros. Limpiar, poco a poco, el dolor enmarcaba sus ojos. Y ese impulso lo devoró, dolorosamente, como un huracán desde sus entrañas

Con gran esfuerzo, poco a poco, comenzó a andar, alejándose de aquella chica. Y dejándola atrás a ella, y una parte de sí mismo, se adentró en el laberinto de calles y edificios grises por donde había venido. No volvería allí jamás, nunca más, nunca.  

No quería volver a medir su amor a estrofas, no quería volver a ahogarse entre besos, caricias, y alguna que otra discusión. Cada decisión forjaba ahora un nuevo destino, no prometedor, pero sí algo más seguro.
Caminaba deprisa, su rostro se había endurecido, la mandíbula apretada, conteniendo las lágrimas.  
            
Renunciaría a muchas cosas. Desaparecería para volver a empezar, sin esconderse tras sonrisas. La vida volvería a parecer papel de lija, y a destiempo. Pero esperaría, día tras día, que mañana fuera mejor.

-Murder-