Cierra los ojos y dime qué ves.

Pretendía memorizar  cada poro de su piel con la yema de los dedos, aun siendo conocedor de lo arduo de la tarea. Siempre había sentido debilidad por los ojos de las personas. Y en ella podía verse claramente cada sonrisa, cada momento. Una lágrima tras otra, habían ido dejando huella donde se juntaban sus dos párpados, arrugando allí su piel, como un campo en el que se han librado demasiadas batallas.
                          
Cada gesto de esa chica… no poder descifrar la curvatura de la comisura de sus labios, delatando una mandíbula apretada, perdedora asidua contra el olvido; sus interminables pestañas sombreando el brillo de sus ojos, de colores que jamás habría imaginado. Cada pestañear y cada palabra se convertían en el espectáculo más bello que él jamás había contemplado.
                                 
Quería permanecer allí por siempre. Sin embargo, una sacudida en la tierra le obligó a abrir los ojos, sobresaltado. Y en ese segundo, inmenso, vio a la chica marchar, contemplando el movimiento tembloroso de sus pies desnudos. El viento luchando contra su pelo, el cobre fundiéndose con el gris del cielo. Descalza, solamente con sus botas en la mano, se fue, y sin mirar atrás, hacia un destino aún más incierto que su existencia.
               
Al abrir los ojos, observó horrorizado cómo la ciudad se desplomaba hasta naufragar bajo el cemento. El sonido de gritos y cristales se mezclaba con un aterrador silencio en sus entrañas. La lluvia mezclándose con sus lágrimas, hasta que todo desapareció, en un segundo aún más largo que el anterior. Pero al fin y al cabo, un segundo. Se encontraba ahora ante una inmensidad de cemento gris, lisa. Sin nada. Ni siquiera podía verse la línea del horizonte.
       

Cierra los ojos y dime qué ves.

  




            
  



      -Murder-