Inf -

Respiraciones. Jamás olvidaré el sonido de aquellas respiraciones entrecortadas, demasiado fuertes. Estábamos todos cogidos de la mano, sin apartar los ojos del temporizador, que se acercaba ya a los últimos segundos. Todos temblábamos, presos del pánico, mientras escuchábamos los gritos desesperados fuera de la habitación. En el aire pesaba manifiesto el hecho de que no saldríamos con vida de aquellas cuatro paredes.
   
Entonces cerré los ojos. Había pensado mucho en ese momento, y jamás había llegado a tener claro qué pasaría por mi cabeza justo antes de morir. Dicen que todo guerrero lleva marcado su corazón, que esa marca puede verse cuando perece.
  
Yo me vi a mí cuando medía poco más de un metro. En la biblioteca donde leí mi primer libro. Siempre había deseado volver allí. El olor de historias, estanterías llenas de tiempo. Y la ventana, que filtraba los primeros rallos de la mañana a través de sus rejas. Entonces, dejaba a un lado El Principito y la miraba a ella. Mi marca. Y volvía a sentir que no estaba sola, tenía esa mirada llena de complicidad, de no tener prisa. Esa sonrisa que marcaba sus arrugas. Y sus ojos brillaban, parecían atravesarte cada vez que contaba alguna historia. Volvía a darme consejos que una niña no entendía, y a descubrirme sus secretos. Me decía de nuevo que no importaba que la tachasen de senil.
  
Es entonces cuando sucede. Como una lágrima que se escapa, o una mirada rápida. Como un suspiro, o un relámpago. De repente te das cuenta de que todo empezó mucho antes de lo que creías. Cuando no te importaba despeinarte o llenarte de barro, ya no eras como los demás. Algo da un vuelco diciendo que, por grande que sea ahora tu cuerpo, sigues siendo tú. 
  
Yo no lo recordaba.
  
En ese instante, sentí unas ganas tremendas de salir de aquella estancia. De vivir.
   
Abrí los ojos, justo a tiempo de ver desplomarse las paredes.
  
-Murder-