Pero ninguno pensó en cómo se debía sentir dentro

Casi veía cristalizar sus ojos. Invierno, invierno, invierno. Ella no era el resultado de demasiadas batallas perdidas, una de esas personas que acaban por congelarse y se pierden en noches vacías y días nublados.
La transparencia de su mirada mostraba cuanto ella era. Esa era su furia, te permitía ver su mundo en todo su esplendor pero jamás tocarlo. Siempre pensé en ella como un palacio de cristal. Y así veía a los hombres, uno tras otro, chocarse contra ella mecidos por la escalofriante visión de su ser más real. Los veía y me veía siguiendo sus pasos.
Oh, si ustedes hubiesen visto aquel hermoso invierno. Su piel blanca, su sonrisa afilada. Su polaridad me fascinaba: todo aquel que se acercaba quedaba atrapado entre brisas cortantes mientras ella era capaz de bailar descalza en las tierras más bastas que podáis imaginar. Casi la veía, grácil y fiera, moverse de puntillas entre el hielo y el cristal.


¿Saben? Jamás me hubiese imaginado que los aullidos fuesen suyos. Y aquello solo sirvió para atraparme más. Ella era la reina del invierno. Ella era inmiscible con el mundo real.