La transparencia de su mirada mostraba cuanto ella era. Esa
era su furia, te permitía ver su mundo en todo su esplendor pero jamás tocarlo.
Siempre pensé en ella como un palacio de cristal. Y así veía a los hombres, uno
tras otro, chocarse contra ella mecidos por la escalofriante visión de su ser
más real. Los veía y me veía siguiendo sus pasos.
Oh, si ustedes hubiesen visto aquel hermoso invierno. Su piel
blanca, su sonrisa afilada. Su polaridad me fascinaba: todo aquel que se
acercaba quedaba atrapado entre brisas cortantes mientras ella era capaz de bailar
descalza en las tierras más bastas que podáis imaginar. Casi la veía, grácil y
fiera, moverse de puntillas entre el hielo y el cristal.
¿Saben? Jamás me hubiese imaginado que los aullidos fuesen
suyos. Y aquello solo sirvió para atraparme más. Ella era la reina del
invierno. Ella era inmiscible con el mundo real.